No se puede negar que ser vulnerable y mostrarse aunténticamente, aceptar ante uno mismo y los demás los errores, las fallas, los límites personales… es algo que provoca sensaciones dolorosas y un sentimiento desagradable de vergüenza.
Pero si se trabaja en ser menos jueces con la propia personas, es decir, en la aceptación y la autenticidad, se puede llegar a construir una autoestima más firme, real, segura, respetuosa que ofrece a su vez la posibilidad de construir con otros las relaciones igualmente auténticas, intimas, de aceptación y respeto mutuo.
Tendemos a exigirnos expectativas externas desmesuradas como nunca equivocarnos, no fallar ni fracasar o alcanzar siempre los objetivos.
Cuando una persona se cierra a mostrarse tal y como es, se siente con una presión agotadora por tener que estar siempre ocultándose, se va generando en su interior una sensación muy desagradable de insatisfacción, vacío, frustración y soledad asimismo, las relaciones serán cada vez menos satisfactorias y vulnerables, ya que carecen de honestidad y solo sería pura apariencia.
Si nos negamos a tratar nuestra vergüenza, nuestra fragilidad y nuestro miedo ocultándolos con el objetivo de no ser rechazados por los demás, también estamos cerrándonos a la posibilidad de alcanzar la dicha, la emoción, el amor y la felicidad.
No debemos cerrarnos a todo por miedo, tenemos que aceptarnos tal y como somos “seres humanos imperfectos” abiertos a los demás con los riesgos que esto implica y aceptando la vida misma…
