Hubo una vez
una abuela, que vivía sin más compañía que su perro, que había sido
su único consuelo desde hace ya muchos años. Juntos y solos, se iban a dormir
temprano, cuando daban las siete de la noche, ellos ya estaban recostados, la
anciana en su cama, y el perro en el piso a su lado, sobre un cojín.
A manera de
tradición y de necesidad, cada vez que la señora tenía miedo o sentía que la
soledad le apretaba el pescuezo, bajaba la mano en busca de su gran amigo,
el perro lamia con cariño la mano de su dueña y esta volvía a dormir
tranquila de no saberse sola ni indefensa.
Uno de
tantos días, la abuela escuchó los quejidos de su perro, entonces bajó la mano
para consolarlo al sentir el acostumbrado lengüetazo, ella se volvió a dormir,
una hora después se oyó un ladrido, bajó la mano para acariciar a su perro y
sintiendo la lengua húmeda en su mano, se volvió a dormir.
Cuando el
sol salió, no encontró al perro al lado de la cama, pensando que él ya se había
levantado, fue en su búsqueda, hasta que en el baño vio con gran dolor que el
perro estaba colgado de la regadera bañado en sangre en el espejo de su baño
decía “Los Humanos también saben Lamer”.
Mientras la
anciana caía de rodillas, ante la cruel desgracia de su amigo, un rechinido
detrás de ella, la hizo voltear a la puerta del baño, la cual se cerraba
lentamente, para dejar ver la figura de un delgado hombre vestido de negro que
sostenía un hacha en su mano, con la cual sin dudar, de un solo movimiento,
cortó la cabeza de la anciana con tal fuerza, que se estrelló en la pared.
Cuenta la
leyenda que la manchas de sangre jamás salieron del lugar, aunque todos los
acabados hayan sido cambiados más de una vez, y que toda la gente que intenta
habitar en esa casa, siente las lamidas del perro cuando duerme en su cama.
QUÉ HISTORIA MÁS HORRIBLE!!
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