La envidia no es precisamente el sentimiento que más nos enorgullezca tener o –menos aún- más deseemos hacer ver (seguro que nadie querría exponerse con una serie de comentarios envidiosos en su muro de Facebook o de cualquier otra red social, al menos no voluntariamente).
Aunque sólo la manifestemos en parte, lo cierto es que la envidia es uno de los sentimientos propios de los seres humanos… y todos la hemos sentido.
Si tuviéramos que definir a la envidia, podríamos decir que se trata de un sentimiento de enojo o frustración en virtud de algo que otro tiene y uno no. El sentimiento de envidia esconde, a su vez, el deseo de la pérdida de aquello que se envidia o del fracaso de la persona envidiada. La envidia sería, de alguna forma, el lado negativo o nocivo de otro sentimiento, la admiración. Cuando hablamos de admiración nos preferimos, pues, a un sentimiento estimulante, aún cuando la otra persona nos supere o tenga algo que nosotros anhelamos. En general la envidia se desata en función de una cualidad que la otra persona posee, no tanto así de un objeto material. Muchas veces, explican desde la psicología, no se envidia un objeto material sino la capacidad de la persona de obtenerlo (por ejemplo de haber triunfado laboralmente y poder acceder a un nivel de consumo superior).
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